(Traducción Google del texto original)
Hace varios años, en un curso de metodología de los instrumentos de cuerda- mi especialidad-nos ofrecieron una fecha muy interesante y bastante desoladora: las estadísticas dicen que en un país que mejora el nivel de formación de los músicos profesionales, es más probable que haya una bajada de actividades y manifestaciones musicales entre el resto de la población, que una subida paralela. Es decir, la búsqueda de excelencia musical por un lado, suele tener, como efecto secundario, que otros sectores de la población se sientan desautorizados para generar actividades musicales propias. Mientras unos se profesionalizan, los demás se ven reducidos al papel de público de sus actuaciones, con la renuncia que ello supone de los placeres y beneficios que se derivan de la práctica musical.
La buena noticia, lo que no sólo nos dice el sentido común sino que también ha sido comprobada en experimentos y estudios en Estados Unidos e Inglaterra, es que esta situación no es inevitable. La relación es sencilla; las prácticas musicales, sean profesionales o amateurs, necesitan un ambiente acogedor, positivo, y necesitan recursos; espacios físicos, espacios mediáticos, materiales y sobre todo, profesionales que dediquen sus energías a las necesidades del colectivo que sirven.
Lo que suele ocurrir cuando un país trata de mejorar su oferta musical y sus sistemas de formación de músicos profesionales es que simplemente se olvida de contemplar la igualmente necesaria dinamización y formación de músicos amateurs. Es más, de una manera accidental, la profesionalización de un sector puede llegar a usurpar recursos y credibilidad de los que tienen pretensiones más modestas.
Podemos apreciar bien esta relación si miramos, un momento, en el mundo del deporte. En el mundo del deporte, es obvio que profesionales y amateurs persiguen objetivos diferentes, aunque habrá motivaciones comunes. Actualmente, los ciudadanos de Cataluña tenemos bien asumido nuestro derecho a poder hacernos socio de un gimnasio, o participar en una maratón popular, o formar parte de una liga no profesional de fútbol o baloncesto o hockey. Pero esta situación no es fruto de la casualidad, sino de políticas y actitudes determinadas. La antigua Unión Soviética solía liderar el recuento de medallas en las Olimpiadas, pero mientras tanto, la práctica deportiva entre la población general no llegaba a los mínimos, ya que el único objetivo perseguido era la excelencia. Nadie vigilaba por el derecho de cualquier persona a disfrutar del deporte y sus ventajas.
Por suerte, poco a poco, la mentalidad que dice que la música es sólo por los elegidos está cambiando, y en gran parte gracias a la actividad profesional de personas como Isabel y Agustín, que se han lanzado con cuerpo y alma a defender el derecho de todos a disfrutar de la formación y de la práctica musical.
Miremos primero el libro de Agustín: "Aprende a improvisar en el piano". Porque la improvisación? Si miramos la enseñanza tradicional del piano, no es una actividad que figure mucho en los programas de enseñanza. Lo que sí se incluye en los programas es la capacidad de leer una partitura y capacidades motoras muy finas, como la independencia de dedos y la coordinación entre las dos manos. También-faltaría! -hay aparecen las capacidades perceptivas, aspectos que no dependen ni de la cabeza, ni los dedos sino los caminos misteriosos de la intuición, pero a menudo, ante la dificultad de avanzar con los otros dos retos, este es el aspecto que se descuida más.
Lo que propone Agustín en su libro, son juegos y ejercicios dirigidos a cualquiera que se interese por el piano para asegurar que este aspecto siempre esté presente en el aprendizaje. La improvisación es la gran capacidad olvidada en la educación formal de la música. Tiene la ventaja de plantear objetivos a corto plazo que pueden ayudan a los alumnos de piano a tener experiencias musicales estimulantes mientras sus capacidades técnicas todavía son limitadas. Para los que ya tienen un cierto mando de la instrumento, huelga decir que la capacidad de improvisar abre las puertas a estilos muy diversos, y hacer interpretaciones propias de canciones que estén de moda.
Isabel presenta la "Guía práctica para cantar en un coro". Es el segundo libro que escribe sobre el canto. En 2015 publicó la "Guía práctica para cantar", y me consta que ahora saldrá la segunda edición ya que la primera está a punto de agotarse. El primer libro está dirigido a cualquier persona que quiera sacar más rendimiento de la propia voz. Este segundo libro, en cambio, nos plantea el reto de ayudar a grupos de personas a sacar más rendimiento de sus voces.
Si, al oír esto, alguien ha pensado "Ah, es un libro para directores de corales", os invito a volver a pensar en todo lo que he dicho al principio de esta intervención cuando he hablado de los efectos negativos que la profesionalización de la música puede desencadenar, sin querer. La creencia de que sólo una persona con unos estudios determinados puede hacer cantar un grupo de gente, limita mucho las oportunidades que tendremos todos de disfrutar de esta actividad. Y si pensamos un poco, los centros recreativos, los niños cantan, y los monitores no son directores de corales; en la iglesia se canta y el cura no es director de coral; en las escuelas, afortunadamente alguna maestro todavía hace cantar los niños fuera del aula de música, y sería deseable que otros también lo hicieran; algunas familias cantan juntas en momentos determinados; e incluso, los que no cantan nunca hablan, y la higiene de la voz es igualmente importante en la voz hablada.
Estamos ante un libro que nos anima a cantar más, y formar grupos de cantantes allí donde podemos y nos explica el qué y el cómo.